Es evidente que un cambio en la imagen de la Federación Venezolana de Fútbol, no generará el éxito deportivo dentro de las canchas; también es razonable pensar que una prestigiosa marca en el pecho de la camiseta, no impulsará un resultado positivo durante 90 minutos; pero además de todo, un equipo no ganará un partido en caso de depender o no del apoyo de quienes fusilan a través de un teclado.

No es menos cierto que las decepciones deportivas (frecuentes y algunas recientes) le dan un vuelco a cualquier intento de encontrar la motivación, estando ya tan cerca de un arduo y largo proceso que decidirá si una selección está lista para un evento de talla Mundial; pero tampoco es falacia comprender que mientras las energías se concentran en lo que no funciona, se omite dirigir la atención del esfuerzo de todo aquel que hoy trabaja para alcanzar las metas.

La FVF presentó no solo un logo de su organización, sino también una imagen que pretende refrescar la cara de un golpeado balompié venezolano. No obstante, y a pesar de las intenciones, se critica la caída de la selección femenina en los Centroamericanos y del Caribe, los actos de conducta de Yeferson Soteldo y los ya conocidos inconvenientes en algunos clubes del fútbol nacional. Es difícil comprender que somos quienes prefieren resaltar lo que no tenemos antes de valorar los factores con los que si se cuenta.

La Selección de Venezuela se prepara para quizás el más grande reto en su historia a nivel de combinados nacionales. Si bien la Copa América 2011 era un objetivo palpable debido al rendimiento de la Vinotinto, o el cupo “extra” en el Premundial 2014 fueron metas y sueños de relevancia, hoy se afronta un proceso diferente en donde los brotes verdes, muy a pesar de quienes quieran pisarlo, parecen tener raíces lo suficientemente fuertes como para cambiar la
perspectiva de toda una afición.

Con un historial pobre en su relación de triunfos y fracasos, se tiende a valorar negativamente incluso hasta los pasos adelante que da la oncena criolla… se entiende de dónde venimos, pero jamás hemos querido tener en común a dónde queremos y tenemos que ir, y allí, comienza la diatriba. Es mucho más fácil corregir ganando que perdiendo, es otra realidad, pero somos en ocasiones aquellos que señalan al rival antes de valorar un resultado.

La Vinotinto de Fernando “Bocha” Batista no conoce la derrota en apenas sus primeros pasos al mando; por momentos parece encontrar una identidad perdida ya desde hace mucho tiempo, pero en otros regresa a las situaciones en donde las preocupaciones del camino son la opinión más común. Lo cierto es, que no ha perdido, y dudo que su intención sea perder… igual que Pamela Conti, seleccionadora del cuadro femenino.

Nadie toma posesión de un cargo con ganas de hacer peor lo que ya estaba en tela de juicio; nadie se pone la camiseta de su país con miras a defraudar a una afición y entorpecer su carrera; nadie realiza inversiones con la necesidad del fracaso inminente, pero parece que es la matriz de opinión más frecuente conforme se conocen diversas circunstancias que rodean al fútbol venezolano.

Toda apuesta en Venezuela es arriesgada, pero de nuevo, sabemos de dónde venimos. Entonces pues, ¿por qué no definimos a dónde queremos ir? La Vinotinto somos todos: jugadores y jugadoras, cuerpo técnico, Federación, empresas, aficionados y todo aquel que sienta el cosquilleo sentado al frente del televisor o en las butacas de un estadio, con ganas de gritar el gol que nos de la alegría que necesitamos.

En septiembre comienza un camino muy tortuoso; para muchos, la eliminatoria más complicada del mundo. La conocemos, sabemos de primera mano a quienes enfrentaremos y lo difícil que será continuar el precoz y corto (pero real) éxito del “Bocha” en el banquillo. Es momento de unificar el criterio y esperar la identidad futbolística de todo aquel que vista los colores de la selección nacional, y todo aquel que espera el éxito vinotinto.

Willmer González
@WillGonzalez10
Valencia

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